sábado, 17 de febrero de 2018

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN. LIBRO CUARTO, V,10.



V,10. Mas ahora, Señor, que ya pasaron aquellas cosas y con el tiempo se ha suavizado mi herida, ¿puedo oír de ti, que eres la misma verdad, y aplicar el oído de mi corazón a tu boca para que me digas por qué el llanto es dulce a los miserables? ¿Acaso tú, aunque presente en todas partes, has arrojado lejos de ti nuestra miseria y permaneces inmutable en ti, en tanto que nos dejas a nosotros ser zarandeados por nuestras pruebas? Y, sin embargo, es cierto que, si nuestros suspiros no llegasen a tus oídos, ninguna esperanza quedaría para nosotros. Pero ¿de dónde viene que de lo amargo de la vida se coseche el dulce fruto del gemir, llorar, suspirar y quejarse? ¿Acaso esto es dulce en sí porque esperamos ser escuchados de ti? Así es cuando se trata de las súplicas, las cuales llevan en sí siempre el deseo de llegar a ti; pero ¿podía decirse lo mismo del dolor de lo perdido o del llanto en que estaba yo entonces inundado? Porque yo no esperaba que él resucitara, ni pedía esto con mis lágrimas, sino que me contentaba con dolerme y llorar, porque era miserable y había perdido mi gozo. ¿Acaso también el llanto, cosa amarga de suyo, nos es deleitoso cuando por el hastío aborrecemos aquellas cosas que antes nos eran gratas?

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