jueves, 12 de octubre de 2017

PRELUDIO PARA CABRAL (Completo): "Mi héroe personal será siempre la señora Eva Perón" Kosyaka Jairo Henao



PRELUDIO PARA CABRAL: "Mi héroe personal será siempre la señora Eva Perón" 
Kosyaka Jairo Henao

Esta es en esencia y presencia, la última entrevista que concedió Facundo Cabral en Venezuela, esa tierra a la que tanto amó y de la que nos cuenta anécdotas sensacionales. El documento, como tal, es único; merece la pena. Leonardo Padrón supo pulsar como nadie en el corazón de Cabral para quel el cantor argentino se explayara en plenitud mostrando su faz más hermosa. Mi gratitud para Nilda Machado que ha tenido la deferencia de recabar este lindo diálogo de Cabral, llevado a cabo en la tierra de nuestra admirada compañera. 

No sé muy bien si este libro necesita un exordio o eso que llaman, más musicalmente, un preludio. Estuve preguntándomelo por una semana. Dejé caer la duda en las narices de mis editores. Y parece que sí. Por eso, aquí estoy, anunciando (¿será ese el verbo?) un segundo libro de Los Imposibles. 

Si reincidir vale la pena, ya lo dirá el lector. Pero me permito aventurar que la espesura de vida, los fogosos testimonios, la indudable calidad de estos 20 nuevos entrevistados le hará la respuesta más cercana. Yo he reincidido en el amor y sus fogajes, en los Beatles y Miles Davis, en el viejo Onetti o Cortázar, en las resacas de los sábados, en las torpezas de la cédula, en las hamburguesas rápidas y hasta en el optimismo, entonces, ¿por qué no reincidir en un experimento que me ha detonado jornadas memorables con personajes sin desperdicio? 

Habrá muchos lectores que tal vez estarán hojeando por primera vez este proyecto, que jamás han oído el programa de radio (concebido por temporadas: va y viene, aparece y se repliega) y no supieron tampoco del libro inicial. A ellos, a vuelo rasante, les cuento de un andamiaje donde inicialmente suelo dibujar mi impresión del entrevistado, a manera de postal, luego lo lleno de preguntas –procurando evitar las viles- , le coloco sonidos cercanos a la banda sonora de su vida, y relato algún episodio o atmósfera que haya marcado el momento de la entrevista. El libro, vale decirlo, ofrece el provecho de exhibir material que nunca fue radiado por algunos momentos de tiempo o censura. Una vez más, la comarca de los libros proclama sus ventajas. 

Entrevistar se me está convirtiendo en un tic. Veo gente y me pregunto en cuál gaveta habrán escondido su mejor secreto, su áspera verdad, su anécdota decisiva. Todos tenemos una respuesta que nunca hemos dado. Siempre hay una confesión que se pasea impaciente por las paredes de nuestros silencios. Me pregunto, entonces, cómo un hombre, cualquier hombre -impelido a hacerlo- contaría su propia historia, en dónde ubicaría los énfasis, qué eventos ocultaría tras el pudor, que subrayaría sin merecerlo. 

Y camino hacia este pretexto que hoy es programa de radio y libro para asomarme en la trastienda de seres particulares, con obra exitosa o notable, de talento irrebatible y público, y los siento frente a un micrófono y les pregunto por la tenacidad, los días malos y las ventiscas del destino. 

Definitivamente, lo más incitante de este proyecto es que el mundo está pleno de “imposibles” por conocer. Gente, como a veces insisto, imposible de ignorar. Tennessee Williams reveló, en su tiempo, algo perturbador: “El ser entrevistado lleva aparejada la ventaja de la auto revelación. Me veo obligado a articular mis sentimientos y puede que aprenda algo sobre mí mismo. Me hace conocerme mejor, ser más consciente de mi propia desdicha”. No tengo la pretensión de saber lo que ha ocurrido debajo de la piel de los entrevistados. Quizá poco. Quizá esto ha sido un trámite más en su agenda semanal. En todo caso, creo que cada uno de ellos ha destilado aquí –incluso, sin procurarlo- mucho de su agua íntima y su luz, en definitiva, su trozo de lección, no para ellos, sino para nosotros. Por mi parte, es mucho lo que me ha nutrido este especial enjambre de seres humanos. 

Aquí están los pliegues internos de juglares modernos, activistas del dolor, peritos de la ciencia, filósofos del optimismo, diseñadores de la vanidad, expertos en música, artes plásticas o melodrama, constructores de espacios urbanos, maestros del jonrón, inquilinos de la poesía, animadores de la belleza y dramaturgos de la soledad. 

Todo un ancho menú de oficios y trayectorias. De todo ese alimento, creo que la digestión es la mejor parte. Especulo que a ustedes les ocurrirá lo mismo. En todo caso, si hay dudas, pasen adelante y averígüenlo. 

Una última confesión. Preguntarle la vida a alguien siempre es difícil: corres el riesgo de que te digan la verdad. 

FACUNDO CABRAL 

“Eva Perón fue la primera cosa bella que vi en mi vida” 

Para los que aún no lo saben, en el planeta hay vagabundos de primera clase. Se les puede reconocer por su manera de hablar, como si la locura y la poesía vivieran en una misma frase. 

Algunos cargan una guitarra al hombro y patean países enteros con un costal de canciones en los labios. Tienen la mirada perdida, o más bien encontrada, como los profetas. Ríen, como los sabios, y se hacen preguntas en voz alta, como los grandes humoristas. Son incómodos, por naturaleza. Andariegos, por convicción. Y sencillos, por la estricta necesidad de ser verdaderos. Algunos tienen
hasta cédula de identidad y hay uno, particularmente, que responde al nombre de Facundo Cabral (La Plata, Argentina, 1937). Es argentino, porque la tierra cambia de nombre a cada tanto, pero es universal, porque él cambia de destino a cada minuto. Dicen que ha recorrido 170 países y que ha grabado más de 120 discos. Dicen que su irreverencia y su honestidad musical no tienen día libre. Dicen que reflexiona en re mayor, que canta en forma de poema, que protesta y cuestiona y acusa y predica y defiende y agita sin descanso. Muchos resumen a Facundo Cabral en una sola frase, quizás excesiva, quizás solitaria: el juglar del siglo XX. 

En todo caso, a Facundo Cabral se le notan sus conversaciones con Cristo y Gandhi, sus tertulias con Jorge Luis Borges y Krishnamurti, su sobredosis de poetas y filósofos, sus encuentros con presidentes de estado, multitudes, personajes anónimos del camino o santas como la Madre Teresa de Calcuta. En los años 60 y 70 fue uno de los grandes emblemas de la canción de protesta. Hoy, el tiempo lo ha convertido en una perseverancia feliz, en una suerte de sacerdote de la guitarra y la palabra, en un cantor imposible de obviar de la historia musical latinoamericana. Es tan sencillo y demoledor como que Facundo Cabral tenía que existir. Los vagabundos de primera clase son seres imprescindibles e irremediables. 

Al final de la postal, Cabral reacciona en el acto y comenta: 

Es hermoso ese texto porque me has leído una radiografía. No lo digo por las cosas bellas que dices allí, porque si las hay se las debo a tus colegas, los poetas, que me han hecho mucho menos tonto y mucho más sensible. Pero es bellísimo eso. Me gustaría llevármelo… 

Nada puede decir tan bien lo que uno es como una radiografía… Hablas de multitudes, pero también he tenido “nadie”: yo tengo récord de fracasos. Una vez en Buenos Aires, un sábado en la calle Corrientes, canté en un teatro para una sola persona. 

¿Y ya eras un hombre famoso? 

Sí, pero lo mío es muy curioso. Mis subidas y bajadas son extraordinarias. Mi madre decía que yo parecía un parque de diversiones, una montaña rusa, pero nunca tuve sensaciones de fracasos ni de éxito porque fui muy feliz cuando apareció mi oficio y pude ejecutarlo. 

Una vida como la de Facundo Cabral es demasiado vasta como para abarcarla en una sola entrevista, pero creo necesario que hagamos un dibujo primario de los grandes eventos en tu vida. Por ejemplo, alguna información habla de que Facundo Cabral transcurrió su infancia viajando 3.500 kilómetros con su madre y sus seis hermanos, hacia el sur, y que cuatro de ellos murieron en el trayecto. 

Sí. Mi madre era una tremenda hembra, en todo el sentido de la palabra, y mi padre era un hombre refinado, culto, rico. Fue un amor de novela, ella era la muchacha de la novela colombiana, sobre todo de Latinoamérica, fogosa y siempre a punto de estallar; y mi padre era el hombre que tenía todos los medios pero no sabía como se hacía nada. 

Y ese viaje ¿qué iban a hacer al sur? 

Un día antes de que yo naciera mi padre se fue de casa. Vivíamos, mi madre y mis hermanos, en la casa de mi abuelo que era coronel. Todos los Cabral han sido militares y cuando mi padre se fue, mi abuelo echó a mi madre de su casa. Así que nací en la calle, en la vereda, un 22 de mayo. Yo estoy marcado por la calle. Y mi madre, por culpa de mi padre, se enojó con toda la humanidad y dijo: “No quiero ver más seres humanos”. En esa época no había nadie en la Patagonia, muy poca gente. Salimos para allá y en nueve años de caminata murieron cuatro hermanos de hambre y de frío, los fui viendo morir. 

Se quedaron sin casa, sin techo, a la deriva. 

Nueve años. Yo soy una especie de sobreviviente porque tenía lo que en ese momento se llamaba debilidad mental, que hoy sería autismo. Cuando llegamos a Tierra del Fuego, mi madre estaba muy enferma, se estaba muriendo y mis hermanos vivían de milagro. Entonces, le escuché una frase a alguien que le dijo a mi madre: “Sara, me dijeron que hay un presidente que le da trabajo a los pobres”. ¡Mira la frase!...Mi Dios, hoy cualquiera agarra esa frase para una campaña… ¡Imagínate! “Un presidente que le da trabajo a los pobres” ¿Qué más les podía dar? ¿Para qué está un presidente? Lo otro lo hace uno sólo: yo fornico solo, leo solo, camino solo, tomo el avión solo. Bueno, yo me fui y pregunté dónde estaba el Presidente que le daba trabajo a los pobres y me dijeron que en Buenos Aires, y salí hacia Buenos Aires sin decirle nada a mi madre. A los cuatro meses ella me dio por muerto, por desaparecido. Cuatro meses. Ojalá la gente no entienda que esto es un anuncio político porque pudiera parecerlo, pero no lo es. Tengo una deuda hasta la eternidad con ese señor del que te voy a hablar, y con su mujer. 

¿Qué edad tenías cuando hiciste ese viaje a Buenos Aires? 

Nueve años. Me vine colgado en los camiones, en un carro, en un tractor, en una moto. Fue maravilloso. Conocí todas las maneras sociales de mi país, fue un viaje extraordinario. 

Un viaje de iniciación. 

Exactamente…Recién ahora lo estoy pensando. Me crucé con gente de mucho dinero que me llevaba en su auto cien kilómetros, gente que me llevaba a caballo otros veinte kilómetros, y, bueno, así llegué a Buenos Aires y le pregunté a un vendedor de verduras que estaba en la Plaza Constitución: “Oye ¿conoces a un señor que se llama Perón?”… 

Menuda pregunta. 

Por eso no quiero que suene a anuncio político... Y me dice que sí, que es el presidente del país. “¿Dónde puedo hablar con él?”, le pregunto y me responde: “Bueno, vas derecho por la 9 de julio, cruzas a la derecha que es la calle Pellegrini, llegas a la Avenida de Mayo, doblas a la derecha, haces cuatro o cinco cuadras, llegas a una plaza, detrás de allí hay una casa absurda, ridículamente pintada de rosado, y bueno, ahí es”, me dijo muy burlón. Y yo pensé que “no es cierto, el presidente no puede estar en una casa rosada”. Entonces me dice que los presidentes suelen ser gente ocupada y que es muy difícil que me atienda. “Además –me dice- sos un niño, muy poco serio. Te van a mandar a la sociedad de no sé qué. Pero mira, yo leí en el periódico que mañana es el aniversario de la Ciudad de La Plata. Ve ahí, que a lo mejor cuando entre a la Catedral puedes llegar a él. No creo que sea fácil, pero tú ve”. De allí había salido con mi madre. Yo nací a dos cuadras de donde después me encontré con Perón. Mira lo que es el círculo. Yo, sin darme cuenta, había cerrado mi primer círculo a los nueve años. Era 1946, recién había subido al poder y Perón era el profeta que volvía a la tierra. Él fue tal vez el hombre más amado de la historia argentina en su momento. 

El Mesías prometido. 

El Mesías y con ella, con Eva… hermosa… mi Dios. Ese vendedor de la plaza fue mi primer socio. Muchos años después, cuando empecé a ser conocido y había aparecido en televisión, siempre que iba a un programa preguntaba por el tipo de la plaza y un día lo reencontré, muy viejecito. Mira lo que es la vida. Él me pagó el tren y fue mi primer viaje pago. Me compró un sándwich glorioso y yo salí y pasé toda la noche en la Catedral. A la mañana siguiente empezaron a llegar multitudes y a las doce llegó el auto espléndido, un auto descapotable, delante el chofer, el gobernador, que era un coronel mercante, y atrás, de pie, a la izquierda, la señora Eva. Fue la primera cosa bella que vi en mi vida. Yo descubrí a la mujer con Eva Perón. ¡La belleza, con un vestido!... Y a la derecha, estaba Perón con su uniforme de gala, ¡espléndido! Corrí hacia el auto y cuando estaba llegando me cazó un policía, pero Perón estaba saludando por ese lado y lo vio y le dijo: “Déjelo que venga”. Y fui hasta el auto, me subí al estribo y entonces me dijo: “¿Querías hablar conmigo?” Y le digo, “Sí ¿hay trabajo?”. Hizo parar el auto en medio de la multitud. Le repito “¿hay trabajo?”. Y la señora Eva, que iba al lado, escuchó, se acercó y me dijo: “¡Por fin alguien que pide trabajo y no limosna! Por supuesto que hay trabajo, mi amor, siempre hay trabajo. Encárguense del niño”. Me llevaron a un lugar, me dieron ropa nueva, me bañé después de meses, comí comida caliente. Me sentí respetado, sentí que era parte de la sociedad. La señora Eva llegó como a las tres horas, ante el asombro de toda esa gente, y dijo: “Mi amor, tuvimos suerte, ya conseguimos un trabajo para tu madre”. Así fue como nos fuimos a vivir a una escuela en Tandil, a 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, en la Provincia de Buenos Aires. Mi madre estuvo internada un año, le salvaron la vida. 

DIAS DE SOMBRA 

Más allá de esa maravillosa anécdota con Eva Perón, entiendo que en algún momento terminaste confinado en un reformatorio. 

Sí, porque era alcohólico. 

¿A qué edad te volviste alcohólico? 

Enseguida. No sabía que era alcohólico, pero yo no quería vivir. Por eso no hablaba, no quería, yo me sentí muy aliviado cuando a mi madre y mis hermanos les dieron un techo y un respeto… 

¿Fuiste alcohólico de niño? 

Claro, porque yo trabajaba en el campo y de noche en el campo se hace fuego, se come el asado y da vuelta la guitarra, se canta y ¿qué otra cosa?... se toma ginebra, se toma vino. Yo no me di cuenta de que el alcohol me ayudaba a no ver, yo no quería ver. Había robado algunas botellas y un día la policía se enojó, me metieron en una cárcel de menores y me dieron cuatro años de prisión. Pero fue extraordinario. Caí preso a los14 años porque era muy violento, rompía cosas… pero fue extraordinario, porque siempre Dios estuvo al lado mío. Me metió en la prisión para que dejara de ser un ignorante. Ahí había un jesuita que me llevó a vivir a una biblioteca muy pequeña donde me contaba las historias de los libros, hasta que me entusiasmé tanto que le dije: “Simón y ¿cómo hacemos?”. “Mira, si yo tengo tiempo y vos tenés ganas te enseño a leer”. Entonces estudié. Lo que eran los seis años de colegio primario y los seis de secundario, los hice en tres años. 

Los jesuitas son los grandes amantes del conocimiento. 

Comencé a tener noticias de Quevedo a los 15 años, de Góngora… 

Puro Siglo de Oro español. De Horacio, de Homero, de Heráclito, de Plotino, y de los libros de arte. Nos divertíamos, por ejemplo, con Magritte, con Chagall, que con los años fue un gran amigo en París, en los años 70. Gran amigo, incluso hasta tengo obras de él. 

Pero así deberían ser todas las cárceles del mundo. 

Sí, si hay un jesuita en una cárcel, estás salvado. A los 17, cuando me faltaba un año, me escapé. Él me ayudó. Me dijo: “Ya tienes que pensar con la cabeza para poder sobrevivir”. Y ahí me encontré con un vagabundo que me dijo: “Oye, ven aquí, imbécil, te veo pasar todas las noches como un miserable ¿no te dijeron que sos príncipe?”. “¿Cómo príncipe?”, le dije. “Ah ¿no sabías eso? ¿No sabías que sos príncipe?”. Y me dice señalando el cielo: “¿Cómo le llamas al hijo del Rey?”. Y acá estoy. Canté de pura alegría. 

¿Cómo descubriste que eras cantante? ¿Cómo asumiste la música como forma de vida? 

Por Jesús. No soy ni un pastor ni mucho menos, ya pastor hubo uno grandioso. Tampoco pertenezco a una iglesia, soy un librepensador y un libresentidor, y más con las religiones, pero a mí me salvó Jesús, porque conocí El Sermón de la Montaña esa noche cuando el vagabundo me dijo que era príncipe. Cuando estuve en la cárcel el padre jesuita nunca me permitió meterme en la Biblia. Decía: “Vos sos muy chiquito y tenés mucho odio todavía para entrar en esa hoguera. Eso es para hombres. Hay que esperar”. 

La Biblia. 

Sí, claro. Ese señor, un viejo vagabundo genial, me dijo entonces: “¿Vos sabes escribir? Saca el cuaderno ahí. Primera lección. Escribí ahí mira las aves del cielo...” Y me dicta El Sermón de la Montaña. Luego me dijo: “¿Sabes qué te acabo de dar? Un programa de vida”. Y ese fue mi programa de vida. Yo estaba tan contento que lo contaba por los campos: ¡Carajo, somos príncipes! Había gente que creía que sólo era un González, un esposo, sólo argentino, sólo pobre o sólo rico. Así me fue llevando la gente y un día, a los 22 años, estaba arriba de un escenario y no bajé más. 

Facundo Cabral es uno de los mejores emblemas de lo que fueron los años 60, la época en que todos creyeron posible cambiar al mundo. Fueron los tiempos de los Beatles, de la cultura hippie, el lema universal de “Paz y Amor”, la Revolución Cubana. De todo eso quedó el reflejo de un momento estelar de la humanidad. 

Sí, cómo no. Pero resulta que el mundo no cambió. La primera religión sigue siendo el dinero y la pobreza parece una epidemia sin remedio. ¿Por qué fracasó el gran sueño? ¿Te sientes derrotado en ese sentido? 

No. Yo quise cambiar al mundo y me pasó lo mismo que le pasó a la gente; no Cabral, a gente importante de verdad, a Borges: (Imita perfectamente la voz de Borges) “Quise retratar al mundo. Yo quise, yo pensé que podía retratar al mundo a través de la palabra y ahora debo reconocer que no sé, a lo sumo he esbozado un autorretrato débil y tembloroso”. Yo quise cambiar el mundo, pero el mundo me cambió a mí. Si hubiese un jesuita en cada lugar, no habría fracasado nunca la revolución. De hecho está vigente, lo que pasa es que por el momento el dinero hace más ruido. 

Pero el dinero tiene rato haciendo bastante ruido. 

Sí, cómo no. 

Gustave Flaubert decía que la humanidad es como es, no se trata de cambiarla, sino de conocerla. ¿Qué opinas de eso? 

Krishnamurti me decía eso. Yo fui muy amigo de Krishnamurti. Lo conocí en el 74. Decía que la vida no es como debería ser, la vida es como es. Yo creo que debe ser como a mí me conviene y lo que a mí me conviene es que entienda que lo que sea es lo que está escrito. Cualquiera diría que eso es fatalismo. Sí, yo creo que este encuentro estaba escrito. Yo creo que vengo solo acá, a un lugar del aeropuerto contigo, y te escucho decir esas cosas mías tan claras porque uno es eso. Pero cuando lo vi de esa manera, cuando me di cuenta que era lo que tenía que ser, sentí una gran tranquilidad. De cualquier manera, trato de ver la forma de llegar por el camino más correcto y más compartido a un cierre de vida, para eso existe el libre albedrío. Un día le pregunté a Krishnamurti: “¿Hasta cuándo voy a caminar, maestro?”. Y me dijo: “Hasta que te metas en tus propias botas”. Hace un tiempo que sentí que por fin me metí en mis botas. Hice lo posible. Después, leyendo con detenimiento los discursos de Jesús, él dice: “Muchos eran los llamados, pocos los elegidos”. Me da la impresión de que hay mucha gente que no se quiere dar cuenta que tiene todas las posibilidades de vivir mucho mejor, más allá de cualquier sistema político. La política es el arte de dividir, entonces si pierde una mitad perdemos todos. 

EL ÉXITO UNDERGROUND 

Facundo, el gran éxito te llegó con una canción generacionalmente antológica como es No soy de aquí ni soy de allá. 

Sí, vino de una borrachera... 

¿Cuál es la historia de esa canción que ha sido cantada en numerosos idiomas y que la han cantado artistas como Julio Iglesias, Neil Diamond o Pedro Vargas? 

Está grabada en 27 idiomas y se supone que hay más de 700 versiones. Se canta hasta en Rumania, qué se yo. 

¿Cómo nació esa canción? 

Pues había un folklorista que para mí fue un ser excepcional, Jorge Cafrune. Me encontré con él después de mucho tiempo en Uruguay. Yo no había bebido más desde que había salido de la cárcel de menores, pero ese día fue algo excepcional y nos pusimos a brindar, y se nos fue la mano. Cuando me di cuenta, tenía una borrachera feliz, no era de esas borracheras para no ver al mundo, esta era el festejo del encuentro con un amigo admirado. Así que me acompañó al concierto y en un momento en que estaba recordándolo en medio de esa cosa, le digo a Cafrune que estaba entre el público: “¡Oye! ahora que te veo con esa facha, con la barba, me acuerdo de Abraham y de la orden que recibió: “Abandona tu tierra natal y la casa de tu padre y ve al país que yo te indicaré. Haré de ti una gran nación. Te bendeciré y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. El señor dijo a Abraham: “No soy de aquí”, y ya, ¡apareció la canción! Al otro día todos me pedían esa canción y yo no me acordaba porque la había improvisado. Cuando terminó el concierto, un periodista muy importante, Jacobo Timerman, socio del padre de Cecilia Roth, me invitó a la casa a cenar y al final de la cena me dijo: “Oye, no te saludamos en el cumpleaños de tu profeta pero acá tenemos tu regalo”, y me regaló un paquete chiquito con un moño rojo. Era un casete donde habían grabado el concierto de la noche anterior y escucho con emoción que aparece la canción. No era mía. No es mía. De lo menos que uno puede ser dueño es de una canción porque uno se sienta a elaborar un poema o una novela o un ensayo, pero la canción llega sola, es como el amor. Esa es la historia de esa canción. Viene sola, no se piensa. No tiene nada que ver con la cabeza. 

En una de las últimas entrevistas que dio John Lennon antes de morir contó que los días de mayor éxito de los Beatles fueron momentos de opresión total y de gran decepción porque todos trataban de aprovecharse de ellos y que llegó a sentirse realmente miserable. ¿Cómo se sintió Facundo Cabral en sus días de máximo apogeo? 

Exactamente así. ¡Qué bien! Yo no había escuchado nunca eso, pero lo dijo por mí también. Mira, al principio era una cosa así, uff, impresionante. Era un sentimiento así como de no saber qué pasaba. Una canción o dos, y de pronto todo el mundo venía corriendo a abrazarte. Me empecé a hacer una fama tremenda de trasgresor: “¡Usted es el único que dice lo que hay que decir! ¡Ahí está un hombre valiente con cojones!”. Yo era el valiente. De pronto me hice muy famoso y llegaba un dinero insoportable. Yo no sabía que la cantidad de dinero podía ser insoportable, me agobiaba y perdía mi libertad porque esperaban cosas de mí y resulta que yo ya quería cambiar hacia otro destino. Eso que leíste recién es fantástico, porque ¡es cierto!, deseaba cambiar de destino a cada rato. Sigo haciéndolo. Un día, de pronto, me encontraba en la televisión con un señor que era muy importante en la televisión argentina, y le dije: “¿Sabes qué? Me voy”, “pero ¿cómo?”, me replicó…“Que mañana voy a Ezeiza y tomo el primer avión; me voy porque estoy perdiendo mi libertad y me estoy ahogando”. Había tantos intereses alrededor mío que yo realmente sentía que me estaba estafando a mí mismo y me fui muchos años. Pasaron otros años, llegó la democracia, o estaba por llegar, cuando volví a la Argentina y la gente pensó que yo personalmente había traído la democracia de la Plaza Atenas. Cuando llegué tuve una recepción muy grande porque entre un éxito y otro estuve fuera del país muchos años. Un poco antes de que ganara el presidente Raúl Alfonsín me volví a ir y no regresé hasta después de nueve años. Vine en el año 1995 con Alberto Cortés. 

¿No te llevas bien con el éxito? 

Puedo vivir en un desierto con los tuareg, puedo vivir solo, amo la soledad, fue mi mejor amante, además siempre me resultó fiel. Cuando yo volvía al hotel siempre estaba esperándome; no me falló nunca. No podría vivir en el éxito, no ese éxito desmesurado con prolijidad. Yo camino tranquilo, no grabo a propósito, los libros en general me los edito yo mismo; hago todo lo posible por seguir siendo underground. 

EL ZARPAZO DEL DOLOR 

Facundo, la tragedia te ha buscado conversación muchas veces. Hay un momento terrible en tu vida. El episodio donde se cayó un avión con tu mujer y tu hija que iban a bordo. 

Ah, sí…Un día entré a tomar un café a la cafetería del hotel en San José de Costa Rica; yo tenía 40 años y ella llegó, como la canción, fue mi canción, es más, sigue siendo mi canción. Fue la única pareja así. Ella tenía 18 años y estaba bellísima. Después recordé que la había visto unos días antes, en alguna parte, porque había sido segunda finalista del Miss América y portada de Playboy. Era bellísima… Y yo soy un animal que le presta mucha atención a toda esa cosa erótica; me gusta ver, me gusta tocar. Yo no me perdí nunca la fiesta, me gusta el fuego…Entonces, ella estaba con sus padres y yo supe que era mi mujer, así que me acerqué y le dije: “Oye, eres mi mujer, te vine a buscar”. Fue una cosa rarísima porque la verdad es que no quise ser ingenioso. 

Fue una frase absolutamente espontánea. 

Ni exageré mi argentinidad, ni me comporté como un argentino clásico, no, yo lo sentí. Fui, y los padres me miraron como diciendo: “¿Y este loco?” Y ella me miró. Ella tan bella y yo tan feo. Y le dije a los padres en un momento: “Es cierto”. Y ellos no pudieron reaccionar; hoy son grandes amigos míos. Fui a su cuarto, hizo sus maletas y se vino a mi habitación y, bueno, fueron cinco años viajando por todo el mundo. Fue conmigo a Hiroshima, a Kioto, a Pekín, a Shanghái, ¡qué sé yo! Cruzamos en el transiberiano de Moscú a Pekín, y en esos cinco años nació una niña. En una ocasión que fui a cantar a la Universidad de Harvard, ella me estaba esperando en Los Ángeles con la niña. Yo debía encontrarme con ella para seguir a Chicago pero mi vuelo se atrasó dos horas y perdí el avión. Ellas sí subieron y murieron. Ella de 23 y la niña de un año. 

¿Cómo te marcó esa tragedia? 

Uff. Después pensé: “Padre, ahora va a ser tan liviano, ¿qué me puede pasar después de esto?” 

Sentías que habías tocado fondo. 

Cuando me dio cáncer fue como si me hubieran dicho que tenía gripe porque eso fue un shock tan grande que quedé como un fantasma, me olvidé hasta de hablar español. Los amigos del mundo me llevaban y me invitaban, me metía en un avión y en otro, me llevaban para todos lados. Y así, de pronto, un día estaba otra vez arriba, en el escenario. 

Por un momento volviste al autismo de la infancia. 

Sí, y después aprendí una cosa genial que me trajo, no felicidad, pero sí una gran paz, que es más que felicidad. Aprendí que lo que uno ama, o lo que uno amó no muere, aprendí que lo que yo todavía no he amado aún no ha nacido. A mí no me pueden decir que se murió, yo no te creo, porque está en mi corazón. La Madre Teresa que murió, Octavio Paz, otro que no está, Borges… todos viven conmigo. 

Y además, está su obra. 

Claro, con esto pasó igual, ellas siguieron vivas, yo les sigo escribiendo canciones. El avión se cayó el 12 de junio del 78, el día que empezaba el Mundial de fútbol en Argentina, y ellas siguen estando ahí. Después empecé a trabajar mucho. Un día, la Madre Teresa me dijo una frase extraordinaria: “Mi amor ¿sabes qué es lo único que te puede matar? El amor que te está sobrando ¿dónde lo vas a poner? Ponlo en algún lugar o te va a aplastar. Ven conmigo”. Y empezamos a trabajar, a sacar de la basura, allá en Calcuta, a esos niños que sus familias tiran allí para que mueran quemados; comenzamos a salvar niñas y a criarlas, a bañar leprosos. De allí me iba al Lincoln Center a cantar y volvía corriendo. Me salvó, hizo gloriosa la segunda etapa de mi vida y hoy soy un tipo inmensamente feliz, libre y con todos los amores puestos porque lo que no puedo llevar adentro, no es mío. Creo que mi trabajo ha llegado al punto culminante porque me doy cuenta de que ahora contagio esa felicidad. 

Cuando algunos cronistas dicen que eres una suerte de gurú, un sacerdote, un profeta o dicen que eres el juglar del siglo XX, ¿te parece excesivo o un justo reconocimiento? 

Sospecho que no entiendo de qué se habla porque ese no era el plan. Yo lo agradezco mucho, porque para mí, como público, digo que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés son el lujo de la canción de la lengua española. ¡Son el Rolls Royce!, me sale del alma. A lo mejor ellos, cuando dicen que soy un gurú, lo dicen con el mismo amor y el mismo aprecio, ¿qué se yo? Tal vez. Pero si es así, no es cosa mía, yo vivo y cuento mi experiencia. ¿Te puedo contar una historia que sucedió acá, en Venezuela?, te digo porque esto es clave para lo que estaba diciendo recién de que hay gente que cree que uno es un gurú…Estaba en el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, en Caracas, llena de un público donde todos eran jóvenes, menos una viejecita, además, muy humilde. Todo el mundo la veía extrañado porque era como si la Madre Teresa estuviera en un concierto de los Rolling Stones. Era muy raro. Antes de que terminara de cantar, ella se subió al escenario, y yo tuve que parar porque ella subió a saludarme y no había terminado “No soy de aquí ni soy de allá”, la última canción del concierto. Ella subió y me dijo: “Señor Cabral, perdone que le interrumpa pero le quiero dar un beso y un abrazo”. Los muchachos estaban todos encantados con esa viejecita que cortaba la canción y subía a darme un abrazo ya mismo. Y entonces ella me dijo: “¿Sabe?, estoy tan feliz porque usted me contó un cuento hoy. Es más, mire, ¿sabe que era lo que más me gustaba a mí cuando yo era niña?” No. “Que mis padres me contaran un cuento”. Ya se iba y se devolvió para decir: “Un día fueron a la Isla de Margarita y la barca naufragó y murieron los dos. Me quedé sin mi cuento, claro. Me llevaron a un asilo de monjas y yo todas las noches esperaba mi cuento, pero pobrecitas, estaban tan ocupadas, tantos niños. Pasó el tiempo y yo esperaba; siempre seguí esperando mi cuento. Yo necesitaba mi cuento y no aparecía. Me casaron con un señor que traía cosas al asilo que no sólo no me contaba cuentos, ni siquiera me hablaba; yo lo único que sabía era que cada vez que llegaba borracho íbamos a tener un hijo más”. La viejecita hace como que se va, pero se devuelve: “…Y yo esperando mi cuento, y me quedo sola con mis niños porque él se fue también, y los voy criando, siete hijos, me dice, como Sara, como usted contó de su madre, y ya ve que la vida se los lleva, la vida te los presta un rato, pasan por uno y se los llevó la vida. Yo sola esperando mi cuento y llego a esta edad y viene usted y me cuenta un cuento, ¿cómo no lo voy a querer?”…Y me vuelve a abrazar. Los muchachos
del Aula Magna, ya enloquecidos, la aplaudían, fue maravilloso. Después me dice: “Esta noche aprendí para qué sirve un cuento: cuando era niña servía para que me durmiera en paz, y ahora usted me cuenta un cuento para que yo me muera en paz porque tengo un cáncer terminal. ¡Que Dios lo bendiga!”…En ese momento supe para qué subo al escenario. Alguien se muere en paz porque uno le contó un cuento. 

Tremendo. 

Entonces, eso tal vez conteste a tu pregunta. Tremenda cosa. Ella no sabía que los dos estábamos en la misma situación. 

TESTIGO DEL PLANETA 

Facundo, has recorrido 170 países. 

No, 165. 

Que se dice en una sola línea, pero eso es mucha vida. ¿Qué has aprendido del planeta… de tanto recorrerlo? 

Que tiene vida propia. Me encanta cuando escucho a los científicos que me confirman eso. El planeta tiene vida propia y siento que soy un pequeño animal que camina por su cabeza, por la periferia. Lo amo. Fíjate, he vivido el planeta con 40º bajo cero y con 60 sobre cero en el Mar Muerto; me bañé en el Mar Rojo, en el Golfo de Akaba en Eilath, me bañé en el Mar Negro, floté en el Mar Muerto, crucé bosques canadienses, vi al lobo, vi al león en libertad al mediodía. ¡Imagínate! ¡Espléndido! Vi al tigre de Bengala que tanto amaba Borges. Estuve bastante cerca de las panteras, vi parir cebras en África y a una ballena en la baja California… Estuve en el parto de mi hija. ¡El planeta es extraordinario! 

¿Crees en la resurrección? 

Sí, yo soy viejísimo, somos viejísimos, yo siento siglos conmigo, a veces aparecen. 

¿Cómo se la lleva Facundo Cabral con su ego? ¿Cuántas veces al día el ego te gana la partida? 

Muy difícil. Primero, no te olvides que soy argentino, sería un milagro; y segundo, ¿cómo no va a sonar una campana dentro tuyo cuando ves mil personas cantando tu canción? Es imposible. Yo no sé si eso es el ego. Una vez le hice a la Madre Teresa la misma pregunta. Le dije: “Madre, usted es la única persona que yo he conocido en el mundo en la que no hay ni rastros del ego. ¿Qué hizo usted con el ego?” Y me dijo: “Bueno, lo puse a hacer lo único que puede hacer el ego, me lava los pies cada noche antes de acostarme”. Esa era la Madre Teresa. 

“Queremos decirle a los jóvenes que no se den por vencidos ni aun vencidos, que no se sientan esclavos ni aun esclavos, que trémulos de pavor, arremetan feroces; ya mal heridos, ten el tesón del clavo enmohecido que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo, no la tremenda estupidez del pavo que amaina su plumaje al primer ruido, procede como Dios que nunca llora o como Lucifer que nunca reza o como el robledal cuya grandeza necesita del agua y nunca implora”. 

Eso es Almafuerte. ¡Ohhh! Mi Dios, es nuestro Whitman… Almafuerte es nuestro poeta nacional y está un poco ido... Lo habrás leído ¿no? Almafuerte, busca El Misionero, es un Whitman con furia. En un momento dice: “Levántate holgazán/ vibre tu pulpa/ peligra el universo por tu culpa”. El decía, “Ante la faz del abismo te ordeno retroceder”. Una cosa extraordinaria. 

Se escuchan los primeros acordes de una memorable canción de Pablo Milanés “El breve espacio en que no estás”. 

Cabral lo reconoce al instante. 

Esto es el cielo. Borges decía: “Yo no hubiese conocido la envidia si no hubiese nacido Macedonio Fernández”. Yo te diría que me hubiese librado por completo de la envidia si no hubiese escrito García Márquez y si no hubiera cantado Pablo Milanés. Me conmueve profundamente. Esta canción es una canción perfecta. Lo que ha hecho él y lo que ha hecho Silvio Rodríguez -y cuidado que no estoy hablando de la amistad porque apenas conocí a Pablo cuando hicimos algunos conciertos en Colombia, que fue un placer- son cosas extraordinarias. Cada vez que la escucho me siento seguro de que me hubiera gustado escribir esa canción. Hasta el título es afortunado. 

Se escucha a otra leyenda: Atahualpa Yupanqui. La reverencia de Cabral es, de nuevo, inmediata. Bueno, este es el Tata, este es mi padre. 

“Tu sueño viene cantando Guagüita por el camino/ tu sueño viene cantando como los ríos/ pasar la vida entre piedras Guagüita/ nuestro destino /pasar la vida entre piedras/ como los ríos. Tu sueño viene cantando Guagüita/ por el camino/ hasta los vientos del cerro / quedan dormidos”. 

¿Qué significa Atahualpa Yupanqui para Facundo Cabral? 

Bueno, cuando ibas a mi casa y se hablaba de Atahualpa, había que ponerse de pie para nombrarlo. Era un buda. Antes de ir a la cárcel, cuando trabajaba embolsando papas, el dueño del campo nos llevó –a tres o cuatro de los que trabajábamos más duro- al Club Social de Balcarce como premio. Fue la primera vez que comí con cubiertos. Cuando estábamos comiendo el postre dijo: “Bueno, apurando, apurando, porque ya llegó la hora y tenemos que ir a escuchar al maestro”. No sabíamos de qué estaba hablando, y nos llevó a un salón cercano donde apareció don Atahualpa, el señor al que mi madre se le ponía de pie antes de nombrarlo. Muchos años después, le dije en París a don Atahualpa, porque después fuimos muy amigos: “¿Sabe que yo le debo el mundo a usted?”. “¿Cómo a mí?”.Y le respondí: “Yo camino por el mundo y canto por usted, por aquella primera vez que yo lo escuché en el Club Social de Balcarce y dije ¡qué maravilla de oficio! Vivir y caminar y contar lo vivido”. Y es lo que hice con mi vida. Atahualpa es nuestro padre. 

VENEZUELA, LA GRAN ANÉCDOTA 

¿Cómo te ha ido profesionalmente en Venezuela? 

Venezuela siempre fue especial, fue el primer país que me abrió las puertas. Venía muy golpeado de andar por todo el continente y llegué acá y conocí a un señor excepcional. Tengo suerte con la gente. El plan de vida que han hecho para mí es extraordinario. Llegué con 17 dólares y no conocía a nadie. No sé cómo llegué a Caracas. Tome un taxi y le dije al chofer: “Oye, tengo 17 dólares ¿hasta dónde llego?”. Y me dice: “no mucho”. Le digo: “Hagamos un pacto. Si dentro de tres o cuatro días me ves en televisión, o sea, si me fue bien, búscame en el mejor hotel de Caracas. El Tamanaco. Y yo te pago 200 dólares el viaje”. Me responde: “Eh, que estamos de joda”. “Estamos de joda, le digo ¿por qué crees que naciste?”. Y le gustó el chiste y me dijo: “Cabrón, tu eres el primer argentino que me cae bien”. Y me llevó a Radio Caracas Televisión. Allá, por supuesto, el portero no me dejó entrar, y justo en ese momento oigo una voz que dice: “¿Qué pasa acá?”. Era Renny Ottolina. Me dijo: “Y tú ¿qué haces?”. Le digo que cuento lo que veo, lo que vi en el pueblo ayer, lo cuento en el pueblo de hoy, y lo que vi en el de ayer y en el de hoy, lo cuento en el pueblo de mañana. “¿Y hasta dónde vas a llegar?”, me pregunta. Le digo que, hasta ahora, voy a la India. Y le pareció simpática la cosa y me hizo entrar para un ensayo de su show, que era extraordinario. Me puse a cantar y de repente paró el ensayo y todo el mundo escuchaba... Me dijo “¿Qué necesitas?”. Una silla y dos micrófonos. Canté otra canción y la gente que estaba en el estudio aplaudió. Vino enseguida Ottolina y dijo: “Y esa canción ¿de quién es?”. “Mía”, le respondí. “¿Tienes temas para cantar una hora?”. Sí, tengo más. “Bueno te doy mil dólares y grabamos un programa los dos solos”. Salió fantástico y fui a vivir al Tamanaco. A los poquitos días vino el chofer del taxi que estaba tan contento que no me quería cobrar. Me dijo: “No vayas a creer que vine a buscar mis 200 dólares, yo estoy feliz de que te haya salido bien”. Y nos hicimos grandes amigos. Soy el padrino de su primera hija. 

¡Oye, qué buena historia! 

Después hicimos tres programas más y Renny me pagó cuatro mil dólares. Vivía en el Tamanaco como un príncipe y eso que venía de pasar hambre y de los golpes…Venezuela fue el primer país que me dio su público, el Aula Magna, los mejores teatros. Aquí andaba por las universidades; creo que soy oficialmente cantor desde el 72, no del 60, porque fue aquí que empecé a cantar. Cuando vengo parece que todo el mundo me conoce, hay una gran familiaridad. Es muy emocionante. 

GALERÍA DE IMPOSIBLES 

Una ciudad definitiva, imposible de olvidar. 

Taxco, en México. 

¿Por qué Taxco? 

Porque es toda artesanal, está toda hecha a mano. 

¿Una canción? 

El breve espacio. 

Un miedo. 

Tener miedo. 

Un libro. 

La Biblia, sin ninguna duda. 

Un amuleto. 

Tal vez, en mi caso, sea la guitarra porque yo nunca he sido músico, soy un cantor. Creo que es un amuleto. 

Un mandamiento personal. 

“Para vivir mejor hay que ser mejor”, nunca me pude sacar eso de la cabeza. 

Un error. 

Bueno, no haber esquivado esa manifestación para llegar al avión a tiempo. 

(Se refiere al avión donde murieron su esposa y su hija. Efectivamente, una manifestación que encontró en el camino hizo que llegara tarde y perdiera el fatal vuelo). 

¿Te hubiera gustado estar en ese avión también? 

Sí, tenía que estar yo, no ella. 

Un paisaje. 

Una puesta de sol en cualquier lugar de África. 

Una comida. 

Oh, hay tantas, pero la que casi pido constantemente sin pensarlo es una milanesa y puré de papa, casi es una cuestión automática. 

¿Una época en la que te hubiera gustado vivir? 

Ah, estar con el Bautista esperando a Jesús. 

Una muerte. 

La muerte de Borges. Estaba tomando sopa con mi madre. Mi madre lo amaba, no me olvido nunca de eso. Estábamos comiendo una sopa de sémola y sale un gran amigo nuestro en la radio, un hombre importante de la radio argentina, que además estuvo bastante cerca también de Borges, y dijo: “Hoy odio mi oficio ¿por qué me tiene que tocar a mí decir que Borges murió en Ginebra?”. Y mi madre no dejó de tomar la sopa y dijo: “¡Caramba! Ahora sí que vamos a ser pobres”. Esa fue una muerte terrible para mí. Porque no se puede suplantar tanta inteligencia, ahora hay que esperar otro siglo y yo me lo pierdo. 

Un pecado capital. 

El orgullo. Me cuesta mucho pedir auxilio, eso no lo pude superar nunca. 

Un héroe personal. 

Hay muchos, en mi caso, la señora Eva Perón. 

Un lugar para envejecer. 

Londres. No Londres exactamente. Oxford, el pueblecito, el lugar en el que entré la primera vez y supe y pensé: “Acá me gustaría despedirme de la vida”, porque vi una gran biblioteca y pocos cuartos y sólo aceptan gente sola y no hay música funcional ni aire acondicionado. Y dije: “Acá me sentaría a leer a Thomas Mann, a Italo Calvino, a Margarite Yourcenar; releería algunas cosas de Borges, principalmente la poesía, y moriría en paz con todos esos libros alrededor, en un sillón inglés”. 

Un jamás. 

Ser masivo, me gustaría no llegar nunca a eso. 

Una canción de Facundo Cabral. 

“Este es un nuevo día”, sin ninguna duda. 

Una frase que se parezca a lo que piensas de la vida. 

Una frase de Schopenhauer. Él decía la música, pero se podría decir la vida: “La música es la más misteriosa manera del tiempo, porque no hay espacio, es una ilusión compartida, todo es ilusión”. 

La entrevista con Facundo Cabral se realizó en un sitio absurdo: en el sótano del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, arrumbados en una brevísima oficina de Aerolíneas Argentinas. Cabral y yo, amén del operador de audio, la productora y la fotógrafa -ellos a ras de suelo- estábamos en una suerte de pecera. La oficina era toda de vidrio y a nuestro alrededor pululaban pilotos, aeromozas y secretarias del aire que husmeaban con curiosidad la inusitada reunión: allí estaba una vieja leyenda argentina, en sus muebles, soltando el delirante cuento de su vida. En la única pared posible reinaba un atlas, como suscribiendo el esquizoide deambular del trotamundos sureño. Pero nunca cupo tanto mundo en un lugar tan pequeño. Cabral había llegado con su bastón prematuro, muy Borges él, y sin mayor incomodidad por el sitio, abrió el chorro incansable de su historia. Nos extraviamos en el tiempo. Hablamos más de lo pensado. La literatura nos hizo seres de confianza. Al final, insistió en llevarse el texto de presentación y la promesa de un futuro abrazo. El piloto del avión donde iba a volar apareció, sudoroso, con un viejo disco del cantautor en busca de la inevitable firma. Cabral se fue, a seguir pateando el mundo, y ya, esa vieja oficina no sería la misma nunca más. Apretada, pero inolvidable, estaba en ella la vida entera de Facundo Cabral. 

HOJA DE VIDA 

Facundo Cabral nació cerca del mar y viste como un vaquero. El puerto de La Plata, Argentina, donde respiró por primera vez el 22 de mayo de 1937, parece haberlo intoxicado de horizontes; su vestimenta de vaquero era la única posible para su búsqueda incesante de vastedades. Por algo lo llaman trotamundos, por algo ha recorrido 165 países, por algo escogió cantar y contar historias como los antiguos juglares. En su atribulada niñez, conoció la extrema pobreza en ese confín del planeta que es la Tierra del Fuego y, durante la adolescencia, recorrió los dolorosos senderos que impone el infierno en la Tierra, un recorrido interior del que emergió de la mano de Dios. Entre los 14 y los 17 años estuvo en un reformatorio, conoció el alcoholismo y aprendió a leer. Su profunda espiritualidad y las canciones de Atahualpa Yupanqui se juntaron para que el hijo de Sara, en 1959, tomara una guitarra y conociera la libertad plena que otorga la música. Pero fue en 1970 cuando el nombre de aquel retraído niño comenzó a brillar. Escribió “No soy de aquí, no soy de allá” y ya nunca se olvidó al cantautor de protesta que ha convertido en música las doctrinas de los poetas, las luchas de los pacifistas y las enseñanzas de los maestros espirituales. 

En 1976, la opresión de su país lo llevó hasta México desde donde comenzó su incansable recorrido para llevar a todo el planeta esas canciones donde dialogan Borges y Gandhi, Jesús y Whitman, la Madre Teresa y Atahualpa Yupanqui. Facundo Cabral se ha acercado a la escritura y ha publicado Ayer soñé que podía y hoy no puedo, Mi abuela y yo, Cuaderno de Facundo, Borges y yo y Salmos. La UNESCO lo nombró en 1996 Mensajero Mundial de la Paz en reconocimiento a su constante llamado a la paz y al amor en el mundo. 

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