sábado, 20 de marzo de 2021

NUESTROS PREJUICIOS. REFLEXIÓN

NUESTROS PREJUICIOS
(Transcripción de Juana Macedo)

Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación, le informaron que el tren en que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras leía su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario.

Imprevistamente, la señora observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera; pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado. Entonces, con un gesto exagerado tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.

Como respuesta, el chico tomó otra galleta y, mirándola, la puso en su boca y sonrió. La señora, ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. Ella estaba cada vez más irritada y él cada vez más sonriente. Finalmente la mujer se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta.

“No podrá ser tan descarado” –pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el chico alargó la mano, tomó la última galleta y con mucha suavidad la partió exactamente por la mitad. Luego con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.

“!Gracias!” dijo la mujer, tomando con rudeza aquella mitad.

“De nada” –contestó el joven, sonriendo suavemente mientras comía su mitad.

Entonces el tren anunció su partida… La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento, vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: “Que insolente, que mal educado, que será de nuestro mundo” sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galleta intacto.

Cuantas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones. Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en nosotros, hace que juzguemos injustamente a personas y situaciones y, sin tener un porque, las encasillamos en ideas preconcebidas, muchas veces alejadas de la realidad.

Así, por no utilizar nuestra capacidad de autocrítica y de observación, perdemos la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones, haciendo crecer en nosotros la desconfianza y la preocupación. Nos inquietamos por acontecimientos que o son reales, que quizá nunca lleguemos a contemplar, y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán.

Dice un viejo proverbio… Peleando, juzgando antes de tiempo y alterándose, no se consigue jamás lo suficiente; pero siendo justo, cediendo y observando a los demás con una simple cuota de serenidad, se consigue más de lo que se espera.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario